Vincent Van Gogh fue sin duda un gran pintor postimpresionista, precursor del arte moderno. Rara vez, sin embargo, un genio fue tan trágicamente ignorado por sus contemporáneos. Recién después de su muerte, a los treinta y siete años de edad, alcanzó la consagración universal. Había nacido en Holanda en 1853. Era hijo de un pastor y tenía inclinaciones místicas, pero rompió con su padre cuando decidió ser pintor. Viajó a París y conoció a Toulouse Lautrec, Seurat, Degas, Pissarro; y a Gauguin, de quien llegó a ser amigo entrañable. Su existencia transcurrió en la mayor contradicción espiritual y penuria económica, entre períodos de lucidez y crisis de locura. En una de ellas, se cortó una oreja; en otra, se disparó a sí mismo con un revólver, y murió dos días después, diciendo: "La miseria no acabará jamás". En toda su vida, apenas había conseguido vender un solo cuadro, por doscientos francos.
Irving Stone, consagrado biógrafo de Miguel Ángel, Freud, Schliemann y Darwin —La agonía y el éxtasis, Pasiones del espíritu, En busca de Troya y El origen—, describe con incomparable maestría la vida exuberante y atormentada del gran artista. Van Gogh ambicionaba expresar, por medio de la pintura, no sólo las sensaciones ópticas sino los sentimientos. Los colores adquirían funciones psíquicas. "He buscado, dice, expresar las terribles pasiones humanas, con el rojo y con el verde". Toda su obra fue un paroxismo de ritmo y color, puramente sensorial, que trascendió las influencias de los impresionistas, de Cézanne y de Seurat, y fue la raíz del fauvismo y del expresionismo, movimientos artísticos fundamentales del siglo veinte. Lujuria de vivir es un libro clásico, quizás la obra maestra de Irving Stone. Este libro apareció en ediciones anteriores con el título ANHELO DE VIVIR.
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