viernes, 26 de febrero de 2010

BAILE DE MÁSCARAS DE GIUSEPPE VERDI


Acto I

Hay rumores de una conspiración contra el despreocupado rey Gustavo, quien aparece reunido con sus funcionarios en palacio. Lo interrumpe su paje Oscar, quien le trae la lista de los invitados al baile de máscaras que está organizando. El rey recuerda entonces que entre los invitados está Amelia, una mujer a la que ama en silencio y que está casada con Angkarstrom, su secretario personal y amigo. Precisamente en esos momentos llega éste, a prevenirle de la conspiración y a darle el nombre de los sospechosos, información que el rey le prohíbe revelarle puesto que no teme por su vida. Un juez informa al rey que pretende aprehender a una conocida adivina por sus prácticas prohibidas. El rey le indica que irá personalmente a comprobar si la acusada merece algún castigo. Irá de incógnito y parte de su corte lo acompañará.


En la morada de la hechicera, el rey disfrazado de pescador escucha cómo un marinero se queja ante ella de la falta de reconocimiento de sus superiores y ella le vaticina que esa situación cambiará pronto. Gustavo decide hacer algo al respecto, escribiendo una nota de ascenso para el marinero e introduciéndola subrepticiamente en sus bolsillos. El marinero luego la encuentra y todos se sorprenden por los poderes de la hechicera. Inesperadamente llega Amelia, y Gustavo se oculta mientras todos los demás son desalojados. Amelia confiesa a la bruja su amor imposible por Gustavo y le pide ayuda para olvidarlo, sin saber que el mismo rey la está escuchando, emocionado por saber que su amor es correspondido. La hechicera le indica que vaya a medianoche al campo de ejecuciones para consumir una hierba que hará que abandone esos sentimientos. Amelia se marcha y todos los demás regresan a escena. Gustavo decide seguir con su misión, presentándose ante la hechicera como un humilde pescador que quiere saber lo que le depara el futuro. Ella revisa sus manos y le indica que tenga cuidado, que la próxima persona que estreche sus manos lo asesinará. Incrédulo el rey ofrece su mano a los presentes pero nadie quiere estrecharla. En esos momentos llega Anckarström, quien inocentemente saluda al rey dándole las manos. Es suficiente prueba para Gustavo, quien decide revelar su identidad y dejar en paz a la supuesta hechicera a quien ahora considera sólo una inofensiva farsante: porque su mejor amigo jamás le haría daño. Ella, sin embargo, insiste en que hay más de uno, entre los presentes, que quiere atentar contra él.

Acto II

En el campo de ejecuciones, a media noche, Amelia está siguiendo las indicaciones de la hechicera mientras medita sobre su amor y su suerte. Entonces llega Gustavo quien, ya confiado por lo que le escuchó decir frente a la hechicera, decide hablar de sus sentimientos. Luego de dudarlo ella revela lo que siente su corazón pero también lo imposible que es consumarlo. Anckarström, aún preocupado por la seguridad del rey, lo ha seguido y al encontrarlo allí con una mujer (a quien no reconoce puesto que ella se cubre el rostro) le pide al rey que huya, que tiene informes de que los conspiradores lo siguen. El rey asiente pero le pide a su amigo que le jure que llevará a esa mujer a la ciudad sin pedirle que revele su rostro. Su amigo acepta y urge al rey a marcharse. Anckarström y Amelia inician el retorno cuando los conspiradores los sorprenden preguntando por el rey. Al final Amelia debe descubrirse y el secretario real, horrorizado y avergonzado, asume que su esposa lo engaña con el rey. Todos salen de escena en medio de la burla general y la vergüenza de los esposos.

Acto III

En casa de Angkarstrom, éste, lleno de ira, discute con su mujer a quien acusa de infiel y a quien indica que dará muerte en castigo. Amelia desesperada le ruega que le permita antes despedirse de su único hijo. Su esposo le pide que vaya entonces a verle, y al quedarse solo reflexiona en medio de su dolor que no es la sangre de la mujer que ama lo que lavará la ofensa, sino la del rey. Ha hecho venir a los funcionarios sospechosos a su casa. Los encara y les muestra las pruebas que tiene contra ellos. Cuando éstos creen que ya no tienen escapatoria, Anckarström les dice que quiere unirse a la conjura. Elegirán quien debe matar al rey en un sorteo con una urna y papeles con los nombres de cada uno. Es entonces cuando retorna Amelia a quien le piden sacar un papel de la urna. Sale el nombre de Anckarström. Oscar llega entonces a entregarles a todos invitaciones para el baile de máscaras que se dará en palacio. Al saber que el rey estará presente los conjurados convienen que será allí donde actuarán. Irán embozados y la contraseña será "muerte". Amelia ha adivinado las intenciones de su esposo y se promete a sí misma salvar a Gustavo.

En el palacio, Gustavo, sin saber nada de esto, medita sobre su inútil pasión. Decide que lo mejor es enviar a su mejor amigo a una misión en el extranjero con su esposa. "Que el inmenso mar nos separe... y acalle nuestro corazón". Oscar entra a la escena y le entrega un papel que dice que le dio una dama misteriosa. En el papel Gustavo lee que lo querrán matar en el baile. No hace caso de la advertencia: tiene que ir, para ver por última vez a su amada imposible.

En medio del baile todos están disfrazados. Angkarstrom intenta sonsacarle a Oscar cuál es el disfraz del rey mientras Amelia encuentra a Gustavo y trata de convencerlo de que se marche por el peligro que corre. Este aprovecha la ocasión para despedirse y anunciarle que ella se marchará pronto con su esposo. Alguien escucha su adiós: es Angkarstrom, quien se acerca y apuñala al monarca. Oscar reconoce al asesino, los presentes lo capturan y lo desenmascaran ante la incredulidad general. Se escuchan clamores de castigo pero el rey, que aún vive, pide que lo dejen. Le jura a su amigo que nunca pasó nada entre él y Amelia y que en sus manos está la prueba: la carta de su ascenso donde los envía a otras tierras. Entre el lamento general, el rey ordena el perdón para todos antes de morir.

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